En Patagonia, la llegada del invierno modifica el comportamiento de sus habitantes. Las personas suman capas de ropa, pasan más tiempo dentro de sus hogares e incrementan el uso de sistemas de calefacción para enfrentar el frío. Igualmente, los animales silvestres deben lidiar con las complicaciones que trae esta dura estación del año. La disminución de la temperatura ambiente, las horas diarias de luz natural y la radiación solar en conjunto con la nieve y el viento afectan el balance energético de los animales en una época donde, además, la comida suele escasear. Ante este enorme desafío, los animales resisten, migran o mueren.
Para resistir el invierno muchos animales acumulan reservas en forma de grasa. Estas reservas cumplen dos funciones principales. Primero, ayudan a aislar el cuerpo del frío exterior permitiendo mantener la temperatura corporal sin invertir energía. Segundo, las grasas pueden ser metabolizadas para proveer la energía necesaria si la disponibilidad de alimento disminuye. Otros animales cambian su comportamiento y pasan más horas en sus cuevas y madrigueras para reducir la exposición al duro clima invernal. Los chinchillones anaranjados del Cañadón Pinturas, en Santa Cruz, utilizan esta última estrategia. Es así como durante el verano puede verse a estos roedores durante gran parte del día asoleándose en los acantilados que habitan, algo que es más raro de observar durante el invierno.
Los grandes depredadores, como el puma, suelen en invierno incrementar la cantidad de horas durante las cuales se alimentan de una presa, especialmente cuando ésta es de gran tamaño. Esto se debe a que en invierno la presa se descompone más lentamente extendiendo el intervalo de tiempo durante el cual puede ser ingerida. Así, el depredador maximiza la cantidad de energía que obtiene de una presa durante el invierno, cuando cada bocado de carne puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
En lugar de resistir y adaptarse a las duras condiciones invernales, algunos animales las evitan. El ejemplo clásico es el de aquellas especies migratorias que sortean los duros inviernos desplazándose a zonas con climas más benignos. Algunos animales que durante el verano habitan la meseta del lago Buenos Aires, también en Santa Cruz, utilizan esta estrategia. Por ejemplo, el macá tobiano deja la meseta a fines del verano y se desplaza hacia los estuarios de varios ríos en las costas australes del océano Atlántico. Asimismo, los guanacos, que durante el verano aprovechan los brotes verdes en las alturas de la meseta, migran hacia zonas más bajas cuando el invierno, con sus intensas nevadas, azota la región. Este movimiento migratorio ocurre principalmente durante la última semana de marzo e involucra a cientos de individuos que se desplazan más de 40 kilómetros.
Cientos de miles de años habitando el suelo patagónico le han permitido a la fauna nativa desarrollar una serie de estrategias que le permiten sobrevivir los rigurosos inviernos australes. Aquellos individuos que logren atravesar el invierno se reproducirán en primavera. De este modo, el áspero clima invernal tuvo y tiene un rol fundamental en modelar el comportamiento y la composición de la maravillosa fauna nativa que da vida a la inhóspita Patagonia. (Fuente: Agencia Ambiental).